Ya está, Luis Eduardo (Aute). Por fin la probé, igual que en su día probamos el licor de iguana y la bilis medicinal de serpiente. Comprobé en la selva los efectos depuradores de la ayahuasca, superados los vómitos y el careo con los demonios interiores que trae consigo antes. Un chamán a 200 kilómetros de Iquitos me montó su ritual, no lejos del formidable Muyana Lodge donde pernoctaba (Tel. 65-242858), para evitarme mosquitos en el paraíso al despertarme con la sinfonía de Dvorak en el Nuevo Mundo, hecha cantos de pájaro. La ayahuasca tiene mala rima con las palabras basca y tasca, Eduardo. Su brebaje salpimentado no incita a la fiesta, sino a la introspección. En la ciudad del juego, las salas de baile caliente y los motocar conocí además la logia masónica de Iquitos, con palacete decimonónico a cinco minutos de la Casa del Fierro construida por Gustav Eiffel en la era dorada del caucho, esa que Herzog tituló Fitzcarraldo en el celuloide. Ya entonces existía la logia en el departamento peruano de Loreto y su maestre. Ahora no cree en más diablos que los que llevamos dentro. Los masones de Iquitos están por el progreso y la cultura, frente a la deforestación que amenaza con cerrar por derribo la gran farmacia que tiene el mundo en la Amazonía peruana. ¿Sabes, Eduardo, que cualquier mordedura de serpiente tiene su antídoto en la corteza o resina de sus árboles y que factura elixires y reconstituyentes desconocidos aún por los laboratorios? Sus leyes de la química podrían sanar la herida por la que te respiran canciones amorosas y nos quedaríamos sin un gran compositor...
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